Familia y drama es un binomio cotidiano desde tiempos remotos. Existen films de toda naturaleza al respecto y reconocer en ellas las fortunas y miserias de nuestras propias vivencias se torna inevitable. En mi caso reconozco tener p
redilección por estas películas, y las infinitas variantes que la temática ofrece, ya que la familia es fuente inagotable de historias, y a su vez, la base de la propia.
Juste la fin du monde (Solo el fin del mundo), sexto y último film de Xavier Dolan, es otro de estos casos. Nos sitúa en el regreso de Louis (Gaspard Ulliel) a su casa, luego de 12 años de ausencia.
Para aquellos que no están familiarizados, es menester mencionar a sus tan solo 27 años, Xavier Dolan, actor y director canadiense, lleva ganados ocho premios en Cannes, dirigido y escrito seis largometrajes (está en proceso el montaje del séptimo), e impuesto su propio discurso fílmico a través de dramas familiares y romances, impregnados de estética kistch y música indie. El “niño mimado de los festivales”, despierta en la recepción de su obra tanto admiración como desprecio. Dolan descarta el paradigma clásico para producir una filmografía que, tomando como punto de partida sus experiencias biográficas, repiensen las relaciones familiares de la posmodernidad, o pensándolo mejor, para hablar de los temas familiares que solo son “permitidos” en la posmodernidad. Como menciona en sus entrevistas, son justamente esas “anomalías familiares y disfuncionalidades sentimentales, las que marcan quién sos y cómo sos”, y consecuentemente, cómo es su cine.
La totalidad del film se centra en la tensión y desorden emocional que genera la llegada de Louis a una familia rota, compuesta por sus dos hermanos, Suzanne (Léa Seydoux) y Antoine (Vincent Cassel), su cuñada Catherine (Marion Cotillard) y su excéntrica madre, Martine (Nathalie Baye). Las razones de su partida son omitidas, mientras que lo que sí sabemos es que la razón del regreso es comunicar la enfermedad terminal que vive en el protagonista, dando predominancia a la incomodidad, nerviosismo, histeria y ahogo del personaje, tratado técnicamente desde una perspectiva puramente física, con abundancia de planos muy cerrados. Como un profesor recientemente citó, estas características son una clara referencia a Cassavettes: la manera en que se elabora el retrato familiar, cómo la
cámara se interioriza en ellos y los penetra, generan, al igual que ocurre al ver Faces, la sensación de una cámara abusiva, atormentadora e imprudente hacia los personajes. Justamente, son los rostros y una sucesión de extensos diálogos individuales entre el protagonista y cada uno de sus familiares los que sustentan el film, algo que podríamos identificar como el “cine de cabezas parlantes” de Hitchcock. Estos reencuentros se suceden dándonos a cuentagotas la información de lo que ha sucedido con la familia en el pasado, e incluso uno de ellos se da con Louis mismo, una vez que ingresa a su antigua habitación y se enfrenta al Louis adolescente que alguna vez vivió allí. Aquí la idea del hogar como cúmulo de espacios habitados por la sombra de los que la vivieron toma su mayor potencial, induciendo numerosos flashbacks.
Basada en una obra teatral del dramaturgo Jean-Luc Lagarce, escrita poco antes de su muerte a causa de sida, la película nos arroja al silencio de 12 años que finalmente se interrumpe, para finalmente poder hablar. Ahora bien, de lo que hablan no es en ningún caso algo revelador, pero en hecho mismo de hablar, en romper ese silencio, es en lo que se basa el director. Nos adentramos en personajes que sabemos, tienen una batalla consigo mismos tan profunda, que ni en este momento, ni en años se podrían resolver.
Me parece importante destacar en el film, el respetuoso traslado al audiovisual del texto teatral, la insistente búsqueda de las diferentes facetas de la interioridad humana, el subrayado de las peculiaridades de cada personaje a través de un montaje expresivo, al tiempo que los mismos recursos buscan introducir al espectador en esta atmosfera de agonía familiar, la utilización de la música como flasback emocional… en otras palabras, el drama según Dolan.
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